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Ja vaig parlar una vegada del llibre de Rafael Argullol, "Visión desde el fondo del mar", del seu caràcter calidoscòpic i de la seva considerable extensió, que depassa folgadament les mil pàgines. Afortunadament la seva estructura desmanegada (altrament la seva lectura seria impossible per a un lector inconstant com jo) permet una lectura discontínua i a salt de mata, com aquests puzzles que un escomet aleatòriament per diversos llocs a la vegada. Ja veurem si finalment les peces encaixen. Avui l'obro a l'atzar per la pàgina 709 i llegeixo:
Cuando los arqueólogos venideros se abatan sobre nuestra época, si es que tenemos un futuro suficiente, una de sus primeras constataciones será nuestra propensión a dilapidar la experiencia que proporciona el movimiento. Estos pobres diablos de finales del siglo XX y principios del siglo XXI eran suficientemente extravagantes como para estar toda la vida desplazándose sin atesorar nada para su propia mutación. Estos pobres diablos debían de estar fotografiándose todo el día unos a otros en paisajes infinitamente repetidos. Estos pobres diablos atestaban aquellos artefactos, los aviones y los coches, para trasladarse como posesos de un lugar a otro con el propósito de dejarse engañar y sentirse multitudinariamente cómplices en el engaño. Estos pobres diablos creían que se podía comprar un billete que trasladaba al paraíso y que ellos lo llevaban en el bolsillo.
Pobre, pobre diablo: repentinamente se ha creído rico y ha empezado a viajar, a hacer lo que él llama viajar, como un poseso. En pocos días le trasladan de una punta a otra del planeta, le colocan en recintos penitenciarios de lujo, le organizan diversiones que abochornarían a un niño, le hacen engullir bocados culturales que enseguida se le atragantan, le ofrecen playas vírgenes y miserias exóticas y el pobre diablo, azorado y engreído como un nuevo rico, todo lo aguanta con tal de poder hablar, al volver al dulce hogar, sobre las magnitudes del desayuno de un hotel o sobre las gangas astutamente obtenidas en zocos y almacenes. El pobre pobre diablo muestra vanidosamente el plumaje para recordar a los vecinos que ha dado la vuelta al mundo y, pobre diablo como es, no ha aprendido nada, no ha cambiado en nada, no ha soñado con nada, no ha sido conmovido por nada.